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Teresa Sánchez: “Cuando sea posible deben permitir ritos que ayuden a revalorizar la figura del difunto”

Publicado: 08/03/21

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Teresa Sánchez Sánchez, profesora titular de Psicología General (área de Psicología básica) de la UPSA, acaba de publicar un artículo científico sobre el duelo en tiempos de pandemia. El estudio, titulado ‘Duelo silente y furtivo: dificultad para elaborar las muertes por pandemia de COVID-19’, reflexiona sobre las traumáticas circunstancias que rodean al fallecimiento y los diferentes sentimientos que suscitan en los deudos.

Pregunta (P): ¿Cómo afecta la imposibilidad de acompañar al fallecido en la elaboración del duelo?

Respuesta (R): Fundamentalmente, en dos cosas: si no lo has visto durante la fase terminal, o esta ha sido muy breve e inesperada, tampoco en su agonía y tampoco después de morir, pues el ataúd ha sido sellado, conducido a la morgue y enterrado sin visualizar la muerte, se puede desencadenar un sentimiento de irrealidad y favorecer la negación o una búsqueda y espera posterior del difunto.

Si ningún otro ser próximo (familiar o amigo) lo ha visto, sino que el óbito se ha producido “sin testigos”, pueden dispararse las fantasías o elaboraciones distorsionadas sobre abandono, desatención, soledad, perjuicio, etc, y dotar al duelo de una respuesta beligerante, resentida, quejosa y centrada en la sospecha y en la desconfianza hacia los cuidadores, sanitarios, etc.

P: En su estudio cataloga el duelo como silente y furtivo. ¿Cuáles son sus peculiaridades?

R: Silente, pues lo dominante en las muertes durante la pandemia es el silencio, la incomunicación, del enfermo con sus familiares y (a veces) médicos. La intubación y los respiradores no facilitan la expresión precisamente; el aislamiento obligado para evitar la propagación a los propios allegados, impide la despedida de quien se va y el adiós a quien se queda. Entierros mudos, solitarios, sin velatorio ni reunión familiar han propiciado que cada uno de los deudos viva su dolor en silencio.

Y furtivo, porque los familiares se han sentido maltratados y a menudo ninguneados, sin protagonismo alguno en las exequias. La muerte sin rito ha sido una muerte seca, resolutivamente fría, sin trámite emocional y social, como si los propios allegados fueran ellos mismos ‘apestados’ por la proximidad con un muerto COVID y conviniera aligerar el tránsito, con los ingredientes mínimamente precisos, sin delicadeza y sin demora.

P: Esta ausencia de los procedimientos habituales de acompañamiento, ¿suele derivar en duelos traumáticos?

R: Sí, sin duda. Con los números de muertos disparados y encerrados en la frialdad de las cifras y las estadísticas, los familiares en duelo viven reacciones complicadas porque sienten que no reciben la atención y el trato respetuoso y digno que debieran. En muchas ocasiones, la aceleración de la enfermedad o la falta de conocimientos e información conducen a estados de shock, incredulidad, estancamiento o cronificación del duelo. También es posible encontrar manifestaciones de duelos traumáticos por los sentimientos de culpa (si sospechan que han sido los agentes contagiadores), o injusticia. Sin embargo, el más complicado es el causado por la convicción de que su familiar ha muerto debido a incompetencia de los sanitarios, los políticos, los cuidadores de residencia, y que hubiera podido evitarse de no ser por la impericia o la negligencia de otras personas. En este caso, al duelo se suma la impotencia y la ira; pueden canalizarla mediante demandas judiciales o cortocircuitarse en una sensación de derrota y desesperanza abatida.

P: ¿Cómo se resuelven?

R: El proceso de elaboración de un duelo normal, de por sí, no es fácil y puede durar por término medio entre 12 y 18 meses hasta que comienza la asimilación y la salida, pero un duelo como éste será difícil de remontar, porque no hay registros ni a nivel individual, ya que nadie se había enfrentado a una pandemia global en el último siglo; ni a nivel colectivo, puesto que el resto de la sociedad está asimismo zarandeada por otras pérdidas (seguridad, empleo, separaciones, pérdida de libertades). Muchas personas están acudiendo al consumo de ansiolíticos.

P: ¿Es muy diferente el proceso?

R: Tiene una textura muy distinta: es especial e incomparable y, además, los profesionales que pueden proporcionar ayuda, pública o privada, a su vez, deben habilitar programas y recursos para un tipo de duelo inédito en su experiencia previa, estando ellos mismos (psicólogos, asistentes sociales, cuidadores) afectados por otras formas de duelo y amenazados por el riesgo que no ha cesado de poder sucumbir también ante el virus. Los enfermos graves hospitalizados son tratados con delicadeza, respeto, atención exquisita y enorme humanidad, pero, una vez producida la defunción, muchos familiares expresan que el cadáver es cosificado, tratado como ‘material de desecho’, deshumanizado.

Por esto mismo, la vivencia de solidaridad, de apoyo, la presencia empática, la acogida sin juicio ni censura, la escucha y el respeto, la hospitalidad clínica y humana hacia su sufrimiento, pueden ser balsámicas, además de ayudar a comprender el estado emocional complejo que presentarán.

P: Como ha dicho, podemos percibir entre los deudos cierta rabia contra quienes consideran responsables de haber impedido la despedida. ¿Es una forma distinta de afrontar el duelo?

R: Sí, la indefensión y la falta de control ante procesos en los que no han participado ni como acompañantes ni como cuidadores o facilitadores de soluciones, provoca que toda la atribución de responsabilidades recaiga sobre los profesionales que han tenido parte activa en el proceso: en residencias y hospitales. Cuando, además, los errores, descuidos, retrasos, falta de recursos, abandonos flagrantes, etc, se pueden constatar en algunas ocasiones, la frustración y la rabia se expresarán. En este caso, el duelo agresivo remplaza al duelo más nostálgico o melancólico. El deudo estará más atento a depositar la culpa en alguien, desplazando o negando los otros sentimientos (añoranza, tristeza, miedo…). Se están produciendo también muchos duelos obsesivos: repasando qué se hizo mal, qué falló en la cadena de cuidados, cuál habría sido el recorrido o la atención que habría debido proporcionarse… y esta rumiación estanca el duelo y lo cronifica.

P: ¿Qué recomendación puede hacer a quienes han perdido algún ser querido en estas circunstancias?

R: Que se permitan realizar ritos privados y públicos, cuando sea posible, que les ayuden a “resituar y revalorizar” la figura del difunto, para que no se convierta en una especie de ‘no-muerto’ o desaparecido, que honren su memoria y su paso por la vida, que descubran privada y colectivamente (con otros familiares) que su vida valió la pena y dejó un legado, que celebren con recuerdos compartidos, fotos, reuniones, anécdotas, etc, algo que sirva como un memorándum, un broche que ayude a cerrar un proceso anómalo y a seguir adelante.

Y, si lo precisan, que acudan a especialistas en duelo patológico (no todos los psicólogos lo son).

P: ¿Y a quienes afrontan esta posibilidad, con algún familiar al que no saben si volverán a ver?

R: Que sientan confianza en que, respecto a la primera ola de la pandemia, ahora se disponen de más recursos de tratamiento y de medios técnicos, pero, en todo caso, que no desperdicien ninguna oportunidad de acudir si se puede y como se pueda para brindar cariño, palabras y gestos que ayudarán a suturar el miedo en el enfermo y aliviarán el desgarro de los que están fuera, excluidos. Proporcionar contactos telefónicos o de videoconferencias, enviar objetos especiales, cartas, etc, es reconfortante, sea cual sea el desenlace.

P: Hablamos del duelo de los familiares, pero quienes ingresan en la unidad de cuidados intensivos también han de elaborar su propio preduelo, porque son conscientes de la gravedad. ¿Cómo lo afrontan en esta situación de soledad y aislamiento obligado?

R: Lo que se ve en las unidades de hospitalización COVID, o en las urgencias, lo que se ha oído en los medios, etc, crea un estado de pánico en quien recibe un diagnóstico positivo, sobre todo si presenta síntomas que reconoce como graves y no aprecia evolución en su cuadro clínico. Lo imprevisible de algunos cuadros clínicos puede anticiparles un final fatal, pero muchos enfermos son conscientes de ello y hacen un duelo de sí mismos, un duelo anticipatorio, despidiéndose por videoconferencia o expresando a enfermeras… sus temores y voluntades para que les sean transmitidos a sus seres queridos en caso de no superar el proceso.

Casi todos realizan un balance de sus vidas, algunos se prometen a sí mismos realizar cambios transformadores, si salen de la crisis. Muchos intuyen que una complicación puede arrebatarles la vida. Otros están sedados y no recobran nunca la conciencia, por lo que mueren sin conciencia de morirse. El peor sufrimiento es que la enfermedad ha interrumpido sus vidas y ha dejado muchos asuntos pendientes y algunos sin resolver, así como la preocupación por quienes están fuera, sin poder dar ni recibir consuelo, perdón o esperanzas. Son dramas añadidos, similares a los causados por muertes súbitas.